Nueva York, 5 de agosto de 1920
Querida Alina:
Ha pasado más de un mes desde que me instalé en Nueva York. Y lo cierto es que no podría estar más contenta. Tenía muy claro que lo que necesitaba era trabajar y después todo lo demás iría llegando. Le debía dinero a Atticus, y aunque él insiste en que no tiene prisa, no quiero que piense que me aproveché de él. En realidad, nos vemos bastante a menudo. Me aventuraría a decir que incluso más que cuando estábamos prometidos y él se pasaba semanas lejos de casa, en sus viajes de negocios.
Y, por primera vez en mi vida, he descubierto que se puede ser amiga de un hombre. Ya sabes que, al menos a mí, me han criado para ver a los hombres como prometidos, esposos y padres, pero nunca como amigos. Pues con Atticus he desarrollado un sentimiento muy bello. No me malinterpretes, tú también eres una muy buena amiga, pero hasta hace unos meses, las únicas "amistades" que yo veía en persona eran chicas de mi edad que sólo sabían hablar de institutrices para sus hijos todavía no nacidos, los gustos de sus esposos o las telas nuevas traídas de Francia. Para mí es una liberación poder quedar con Atticus y hablar de literatura, compartir nuestras inquietudes, hablar de futuro...
Futuro. No me obsesiono con él, pues vivo un poco al día, pero sí me encantaría poder ahorrar para seguir viajando y conociendo mundo. Me pongo a hablar de otras cosas y olvido contarte lo esencial. La dueña del hostal donde me hospedo es un encanto, las malas lenguas dicen que permite que parejas no casadas pasen noche en sus habitaciones. A mí eso me trae sin cuidado, la verdad. He aprendido a respetar que cada cual haga su vida sin juzgarles. A lo que iba, Martha, la casera, me dio un par de referencias para comenzar a trabajar. Al final, me decanté por trabajar de limpiadora en... ¡Un cabaret! El otro puesto quizá era más decente, pero las condiciones eran mucho peores. Aquí, tengo un buen horario, pues yo debo ir a limpiar por la mañana, y dejar toda la tarde libre para que preparen sus números. Además, gano un buen sueldo, pues me pagan un extra por "ver, oír y callar". Si te cuento esto a ti es por la confianza que nos une. Pero en teoría no puedo hablar de ese trabajo con nadie, ni dar ninguna dirección, ni contar nada de lo que veo. Yo no coincido con las bailarinas ni los clientes, pero sí que veo todo lo que han consumido la noche anterior y puedo hacerme una idea de todo lo que allí ha tenido lugar. Al principio se me hizo un poco duro acostumbrarme, ya sabes que yo me he criado entre algodones sin tener que mover un dedo por nada. Pero creo que me vendrá bien esta cura de humildad, y me servirá para ahorrar y cumplir algunos proyectos que comienzo a tener en mi cabeza.
Esta noche, la dueña, me ha invitado a ir con un acompañante (porque allí sólo se puede entrar con permiso, es un club bastante selecto). He decidido invitar a Roderick, podría ser divertido. Ya te contaré qué tal nos ha ido.
Si mi madre se enterara...¡Su hija limpiando en un cabaret! Lejos de avergonzarme, me da risa.
Pero basta de hablar de mí. ¿Qué tal te va por la clínica desde que se marchó el doctor? ¿Te apañas tú sola? ¿Qué tal va con los pacientes? ¿Cómo llevan ser atendidos por una mujer? Seguro que te has hecho a ello.
Tu amiga que te aprecia y desea poder visitarte pronto, Grace.